El I Premio Avanza de Microrrelatos ‘Historias de autobús’ de la Feria del Libro en Zaragoza, convocado por Avanza y la Feria del Libro de Zaragoza ha recaído en el relato Final de Trayecto de Lucía Tiestos. El relato finalista ha sido Marca mi parada, de Sergio Royo. 

A este premio, que se celebra por primera vez, han concurrido 250 escritoras y escritores con sus relatos. El jurado ha destacado la calidad de los relatos y la emotividad y originalidad de los contenidos que, además, integran la experiencia del viaje en autobús en las historias que narran. 

Los dos relatos ganadores obtienen un premio dotado con 350 euros y 150 euros, ganador y finalista respectivamente. El jurado ha otorgado además una mención especial al relato Per bus ad astram de Carlos García Esteban. 

Este premio, que ha nacido con vocación de continuidad, pretende fomentar la creación literaria y llevar el nombre de la Feria a todos los rincones de la ciudad.

FINAL DE TRAYECTO

Mi hija me tiene prohibido tomar el autobús solo. Dice que estoy mayor, que podría caerme.

Tiene razón, pero yo vuelvo a reincidir. No para fastidiarle, sino para complacerme. Si le explicase los motivos, ¿me entendería? Simplemente, me gusta disfrutar en solitario de este refugio donde leer, pensar, contemplar la vida. Recordar.

Hoy, un padre sube con su hijo pequeño de la mano. El niño pega la frente al cristal y observa con asombro. Su entusiasmo me transporta a aquellas tardes en que mi madre y yo montábamos en esas grandes orugas rojas hasta el centro de la ciudad. Al otro lado de los 

ventanales yo descubría un paisaje nuevo. El destino de aquellos primeros viajes era un helado de fresa o un chocolate con churros.

Después, sin darme cuenta, los autocares se convirtieron en escenario de un primer beso torpe y fugaz, que aprovechó los últimos instantes de trayecto para lanzarse a lo desconocido. Y qué pronto aquellas ilusiones adolescentes se transformaron en recorridos cargados de responsabilidades…

Cómo explicar, ni siquiera a mi hija, que aquí me siento en paz; que en el autobús se enmarcan valiosos momentos de mi vida; que este itinerario es el que también nosotros tomábamos para saborear chocolate con churros y helado; o el que nos llevaba cada domingo a su madre y a mí a ese restaurante que tanto le gustaba. Disfruto estos instantes de trayecto en solitario. Contemplar la vida. Viajar con los recuerdos.

Vivir la aventura hasta el final de línea.

Lucía Tiestos Bernal

MARCA MI PARADA

Nos reconocemos. Hay algo que se arrastra en la mirada y que le pesa (nos pesa) como han de pesarle las alas a algunas mariposas. Parece imposible, el hecho de que a algunas les crezcan demasiado y prefieran su estado anterior, gusanos para los que volar es apenas una utopía. No sabemos qué sucede, pero sí sabemos que tanto a ella como a mí nos persigue esa pena abstracta que algunas mañanas es intensa y otras, como ahora, al encontrar consuelo o reconocimiento en otros ojos se alivia y se parece a una forma de estar en el mundo. La mirada es sincera. Casi todas las heridas son sinceras. No podemos evitar sonreírnos, lo hacemos debajo de la mascarilla, pero hemos aprendido a descifrarlas. Nos sonreímos después de tantearnos, explorarnos, reconocernos en ese ejército de seres levemente tristes que caminan por el mundo. Entre la multitud, nosotros. Entre el estrés de primera hora y las mochilas y las prisas por sentarse, nosotros. Formamos un ente aislado y percibo, tras unos minutos de mirada eterna, que pulsa el botón para solicitar la parada de Plaza España. Dime qué te pasa, dime qué nos pasa porque yo también puedo ser refugio. Le persigue, mi mirada triste y a veces casi desconsolada que esconde una sonrisa. También ha metamorfoseado. Sé que me mirará desde la acera. Se quita la mascarilla. Sonríe. Esperamos volver a encontrarnos la mañana siguiente. Porque sí, en un autobús urbano, en una mañana aislada, acaso sucede el milagro.

Sergio Royo

PER BUS AD ASTRA

En Conde Aranda estaba la pista de despegue. Tenía la longitud necesaria para que el
autobús adquiriese la velocidad a la que se dejaba atrás el suelo de la ciudad y
comenzaba el viaje estelar. Desde el asiento, rodeado del resto de turistas terranos,
disfrutaba al observar cómo nuestro planeta se iba convirtiendo en un pálido punto azul.
Después, en cada parada, nuevos y diversos alienígenas ocupaban su lugar dentro del
vehículo. Todos con su idiosincrasia: los de Venus, unos maleducados, nunca cedían el
asiento; los de Marte, juguetones y exhibicionistas, siempre se colgaban de la barra
boca abajo; los de Júpiter solían pasarse todo el viaje leyendo, sin intercambiar ni una
palabra con el resto de pasaje. Seres y civilizaciones que encerraban centenares de
secretos y aventuras con las que soñar. Así hasta Alfa Centauri, cuando, por megafonía,
solían decir:

“¡Lolo! ¡Lolo! ¡Deja de pensar en los gamusinos, que ya tenemos que bajar! Y coge la
mochila. No te la vuelvas a olvidar”

Así acababa cada día mi aventura galáctica, con un abrupto aterrizaje pilotado por mi
madre y el bufido de las puertas al abrirse delante de mi colegio. Ya en la acera, solía
girarme y, mientras mi roja nave espacial seguía rumbo, me despedía hasta el siguiente
día de mis extraterrestres compañeros de trayecto.

Por Carlos García Esteban